Miro al horizonte con ganas de alcanzarlo algún día y aunque sé que no puedo hacerlo, no cejo en mi empeño de al menos intentarlo.
Me gusta que, entonces, estés a mi lado mirando conmigo esa línea por donde se pone el sol. Porque en ese momento, tras el éxtasis del ocaso, podemos empezar a disfrutar de los reflejos que las estrellas nos brindan y de la luz de la luna que nos hechiza.
Y allí, no sé por qué, recuerdo cuando siendo niña soplaba con fuerzas para hacer pompas de jabón que, aunque eran efímeras, me producían una gran satisfacción. O las felices tardes de domingo manchando la cocina para hacer ese bizcocho que veía subir dentro del horno y desaparecer en cuanto salía.
Evoco cuando te abracé por primera vez y cómo tu calor quedó conmigo para siempre de tal forma, que sigo siendo capaz de notarlo cuando te pienso.
Reconozco a la primera una mirada llena de amor, una sonrisa de admiración sentida, una mano fuerte que me apoya, un oído atento a lo que me pasa y unas palabras escritas sin tinta que reflejan todo lo que llevas dentro. Porque veo más allá de lo que lo hacen los ojos.
Miro al horizonte sin distinguir nada delante de mí porque no quiero ver, sino solamente sentir muy dentro que lo que me pasa es parte de ese sueño que forjamos un día y que no quiero que nunca termine.
Caminar juntos a paso lento pero seguro, reírnos mirándonos a los ojos mientras sabemos lo que estamos pensando, besarnos las manos con un simple roce, navegar sobre olas que nos mecen, disfrutar del calor del astro rey que nos llena de energía, vivir juntos nuestra vida.
Anhelo seguir a tu lado cuando la existencia se haga más lenta, cuando tengamos por todo trabajo disfrutar esos regalos de vida, cuando el reloj esté de nuestra parte y cuando reciba un beso como premio a todo un largo paseo.
@Escritos