lunes, 12 de enero de 2015

Mudanza

Amanece.

El sol está entrando por la ventana de forma oblicua, de abajo a arriba.

Desde dentro, aún en la cama, mira el techo blanco y las paredes pintadas en dos tonos de azul que proporcionan a la habitación una atmósfera mágica para relajarse y estar tranquila. Desde luego, había sido un acierto elegir esa pintura, que contrastaba con los muebles con acabado wengué.

Aquella había sido su última noche en aquella casa en la que tanto había disfrutado desde niña. 

Abajo, se oyen los ruidos de mamá y la abuela empaquetando las últimas cosas. Por su charla, parece que todo está listo: armarios, vajillas, cuadros, libros, música, adornos, ollas, ropa de cama...

Poco a poco van saliendo las cajas en fila, colocándose ordenadamente en los extremos del inmenso vehículo. ¡No lo podía creer! ¿Cabría toda una vida en sólo un camión?


Y no quería levantarse. En el momento en que lo hiciera, empezaría su salida de esa casa para siempre. No volvería a ver ese techo del que conocía hasta el mínimo dibujo de la pintura, esa lámpara que no podían llevarse porque era demasiado grande, esa puerta que la había preservado tantas veces del mundo exterior, esa ventana que le daba cada mañana los buenos días.

Cierto es que se iba a una gran casa en medio de la ciudad, con unas vistas preciosas al mar, y muy bien comunicada. Pero echaría mucho de menos aquella casona que le hablaba y que tenía, en cada rincón, una historia escondida.

El cambio de casa, que algunos consideraban estimulante y una nueva oportunidad de vida, a ella le hacía polvo el bolsillo de lo sentimental.

Se levantó por fin (porque no había más remedio) y fue paseando por cada una de las habitaciones ya vacías de muebles pero invadidas de cajas de cartón como si fuera un ejército quieto y agazapado.

Recordó que la decisión de mudarse iba aparejada a un deseo de deshacerse de inmediato de lo viejo para dar paso a lo nuevo, que mejor casa grande que chica, que mejor centro que afueras, que mejor vivir que sobrevivir. Vamos, que la decisión no tenía vuelta atrás.

¿Se olvida algo? Esa sensación le asalta de nuevo aunque está casi segura de que todo está en orden. Pero vuelve a revisar cada una de las habitaciones y descubre que sí, que se queda algo en aquella casa.

Y son sus recuerdos, sus vivencias, sus charlas al calor del fuego, sus ganas de piel tostada, sus escritos de madrugada, sus gozos prohibidos, sus comidas compartidas, sus noches más tristes, sus risas más francas, sus ganas de crecer, sus lágrimas amargas, sus 30 cumpleaños y sus sueños en la almohada.






Porque la vida no es más
que una mudanza permanente
de alma, de corazón
de acompañantes,
de sentimientos, de razón.

Y si tú no bailas conmigo, prefiero no bailar. Porque no sé qué diablos hago, si ya no pertenezco aquí.









@Escritos

1 comentario:

  1. Me ha encantado este relato Beatriz.
    Feliz Año nuevo 2015, te deseo lo mejor.
    Un abrazo.

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