jueves, 30 de enero de 2014

Blanca lluvia


Amanece el aire de primavera. Emerge despacio como la luz del sol cuando se levanta.

Y empiezo a respirar como si no lo hubiera hecho nunca, al menos con tanta limpieza.

Siento que el aire, ese elemento tan etéreo que ni vemos, ni olemos, ni sabemos a qué sabe, va ocupando espacio en mis pulmones y los limpia.

Porque el aire fresco siempre es bueno.

Con el aire viene la luz. Esa luz que acoge al que emerge de las sombras. Que pinta de alegría cada uno de los rincones de mi calle. Que se atreve a entrar por mi ventana hasta posarse en mi almohada.

Y me desperezo sin pudor mientras mis labios se alegran por el nuevo día.

Recuerdos de la noche rodeada de vidrieras, mosaicos y artesonados, entre platos decorados, fuentes de agua clara y sonidos de besos encadenados.

Y de día y de noche, en medio, tú.

Cada vez que te pienso, mi mente sonríe y te imagino conmigo mirando mi alegría, peinando mis sonrisas con tu dedo cariñoso, oyendo mis suspiros que solfean una alegre sinfonía.

Te oiré en el susurro del mar, te veré en las líneas del cielo azul, te notaré como las flores que creen en el desierto, te gozaré como el estallido de color de las flores.

Y saciaré tu sed con el agua de mis besos de primavera.







PD: lo que se me ocurrió tras la lectura de este poema. Gracias por la inspiración.


No sacia mi sed

                  el infinito

de tu cuerpo

cuando me acorrala el deseo

                               de vivirte,

aunque sea por última vez,

                                esta lluvia blanca

                                que se me hace noche.

        





@Escritos

lunes, 27 de enero de 2014

¿Sabes?

Sabor de chocolate caliente que envuelve una fresa.

Tacto de seda sobre manos secas.

Caricia de pompa de jabón cuando explota.

Murmullo de conversaciones al calor de la lumbre.

Sonido del rumor del mar cuando se agita.

Olor a bizcocho recién horneado.

Cosquilleo de un secreto dicho al oído.

Reflejos de luces de colores brillando en la oscuridad de un verano.

Verbena de sabores que juguetean con mis sentidos.

Repique de campanas en días solemnes.

Movimiento de sonajero acompañado de risa infantil.

Calor del sol de invierno en la cara.

Saludos de buenos días acompasados de besos.

Roce de piel con piel que provoca escalofríos.

Abrazos invisibles envueltos en alas de hada.

Cánticos lejanos de espuma de agua fresca.

Dulce recuerdo de olores de niñez adormecidos.


Amor en su sentido más puro.






Esto es lo que siento cuando estoy junto a ti. 


Y cuando estás lejos, disfruto de cada evocación de tus recuerdos y me figuro la profundidad de tus ojos mirando fijamente mis pupilas, mientras sonríen, que me dicen: vente para siempre conmigo.










@Escritos

martes, 21 de enero de 2014

Compartiendo juegos


Me contaron una vez, que en tierras del más allá, en las tierras de brujas y fantasmas, vivía hace mucho tiempo un temible dragón. Sus poderes mágicos, conquistados a base de terribles luchas entre hermanos, le permitían transformarse en nube negra cargada de agua y rayos desde la que podía  escupir lluvia a borbotones y, lo que es peor, centelleantes dardos de fuego cruzado.

El fiero dragón atacaba a todo el que se ponía delante sólo por diversión, por dar miedo, por provocar el pánico entre los niños y el miedo en forma de aullido en los perros.



Teodoro lo vio una noche en la que esperaba la oscuridad total para lucir su vuelo fosforescente en el cielo estrellado, y se asustó.
Pero, no obstante, despacio, Teodoro desplegó sus pequeñas alitas y se enfrentó al gran dragón. Poniendo una voz muy grave (o eso le pareció a él) le dijo -casi le gritó-:

-Túuuuuuu.

-¿Eh?

- Sí, tú, grandullón.

- .......(asombro)

- ¿Quieres jugar conmigo?

El dragón, que estaba acostumbrado a estar solo por el miedo que provocaba, no creía lo que estaba oyendo. Pero el pequeño dragón fosforescente, famoso desde pequeño por sus constantes travesuras, sabía que nunca era tan fiero el león como lo pintan; vamos, que ese gran dragón que asustaba a todo el que se pusiera por delante, en algún lugar muy muy dentro, tenía que tener su corazoncito.
 

Así que se acercó un poco más a él, con paso decidido pero prudente, sin escudo ni armaduras, totalmente desarmado, (como si le hubiera servido de algo coger su espada laser de juguete, que era toda arma que tenía a su alcance) dispuesto a averiguar qué era lo que tenía el dragón donde nadie había entrado nunca.

El dragón, viendo cómo se acercaba Teodoro, comenzó su actuación de soy-un-dragón-malo-y-enfadado: abrió la boca hasta que se vio su campanilla moviéndose mientras rugía con un ruido ensordecedor; batió sus alas para provocar una lluvia tan fuerte y local que parecía que estuvieran duchando las flores con una regadera gigante; lanzó escupitajos de fuego hacia el cielo que parecían auténticos fuegos artificiales multicolor.


A Teodoro le parecía que estaba en el circo. Disfrutaba de todos los efectos especiales y aplaudía cada nuevo "trabajo" con verdadera alegría. El dragón parecía que estaba en su salsa haciendo la actuación de su vida, que volvió a repetir una y otra vez, hasta quedar agotado. Entonces, con un gesto de auténtica complacencia se sentó junto a Teodoro para descansar. En ese momento, quien los viera, pensaría que eran un par de amigos gozando sonrientes de la mutua compañía.

Teodoro no sólo consiguió que el dragón jugara con él, sino que él mismo comenzó a enseñarle cuáles eran sus "super-poderes": hizo un par de vuelos rasantes por encima de los ojos del dragón que casi le dejan bizco, dibujó en el cielo oscuro figuras que el dragón se esforzaba en adivinar con la consiguiente risa de Teodoro cuando no lo conseguía...


Y entonces se dio cuenta de que a pesar de querer parecer un fiero dragón, su nuevo amigo no era más que un niño con cientos de años, que lo que necesitaba era alguien con quien compartir juegos y risas, y por qué no, penas y llantos cuando los hubiera. 








 






Había noches en las que el punto de luz fluorescente que emitía Teodoro al volar se veía encaramado en un sombra oscura y tenebrosa, que dejaba de serlo cuando el temible dragón sonreía ante una ocurrencia de su amigo.

Porque no hay nada más útil que compartir lo que uno es, para lograr la felicidad que nos negamos a nosotros mismos.



¡Qué bonita la vida!


 







@Teodoro

martes, 14 de enero de 2014

Películas


Cierro los ojos y observo lo que tengo a mi lado. Es como cuando en el cine se apagan las luces y ya no vemos al que tenemos al lado, sino que sólo vemos lo que se refleja en la gran pantalla.

Si yo pudiera ser la única guionista de esta película quizá la haría de otra manera: inventaría historias para que todos los días me pasara algo emocionante; sacaría del baúl de personajes a aquellos que pudieran darme más juego; me rodearía de gente interesante que supiera lo que era vivir a pleno pulmón; vestiría las mejores galas, viviría en las casas más impresionantes, comería langosta en alta mar y carne asada en las montañas, viajaría a lo largo y ancho de este mundo llenándome los ojos de imágenes prefabricadas; buscaría un príncipe azul perfecto que supiera en cada momento qué me hace falta. Y todo esto para hacer un guión perfecto, de los que a la gente le gustan porque se aleja de su vida diaria.

Pero no soy la única guionista. Y si lo fuera, siempre he dicho que no persigo cosas perfectas.

Me gustan eso pequeños errores que nos ayudan a darnos cuenta de que somos humanos; esos momentos de tristeza que nos hacen ver las cosas buenas como si no lo fueran; esas contradicciones que nos empujan a decir sí y a la vez mover la cabeza hacia los lados; esas ganas irrefrenables de movernos cuando estamos descansando y las ganas de tumbarnos cuando estamos andando; esa lucha sin cuartel por conseguir que nos miren a la cara sin miedo a ser escrutados; esos vientos que nos revuelven el pelo y esa lluvia que nos quita el maquillaje; esas ganas de atrapar un sueño que corre siempre por delante; esos pensamientos agazapados que esperan salir cuando menos los esperamos; esa persona que, lejos, piensa en ti y te hace vivir con su dulzura momentos mágicos.



Cierro los ojos y observo lo que tengo a mi lado.



Y me encanta sentir que aunque todo esté oscuro, tú siempre, siempre, estás al alcance de mi mano.





@Escritos

lunes, 6 de enero de 2014

El regalo

El crujir de la escalera la sacó de su ensueño. Se vio ya casi en la misma puerta y se dio cuenta de que no sabía cómo había llegado hasta allí. En los brazos, un cuaderno gastado, una caja de madera y nácar, y un cesto con cintas de grogrén de varios colores y anchos.

Entró despacio en la buhardilla y se paró un minuto para que, sin encender la bombilla desnuda que colgaba del cable, sus ojos se acostumbraran a la luz que entraba por la ventana. Le gustaba el aire de intimidad que da en la oscuridad un rayo de luna azul entrando a hurtadillas. 


Y se fue directa a su querido y apreciado baúl.

Primero, lo miró largamente como si le diera miedo acercarse, pero luego acarició delicadamente la tapa para quitarle el polvo inexistente y tocó la larga cerradura que no necesitaba candado porque nadie hurgaba en sus cosas.

Al abrirlo sonó un leve quejido que no era más que el sonido de unas bisagras necesitadas de aceite. 


Y a su mente acudió aquella primera vez que destapó ese baúl, algunos años antes, para adoptarlo como el verdadero contenedor de sus tesoros.

Entre postales de las que ya no se escriben, poemas garabateados en servilletas de papel, una caja con canicas transparentes, dibujos hechos con colores brillantes, recortes de revistas que nunca se acordaba de qué eran hasta que los desdoblaba, las canciones de una niñez ya lejana, una muñeca pequeña y blandita, la colección de joyas de plástico más preciada y diversas piezas de un juego de té en miniatura, encontró unas cuantas promesas incumplidas revoloteando, trozos de vida con lazos de distintos tonos, ilusiones guardadas para mejores ocasiones, risas preparadas en cajitas acolchadas, besos escondidos entre las sombras, caricias acaloradas mientras se hace la cena y felicidad comprimida en botes herméticos.

Y mientras vuelve a acomodar todo lo que ha revuelto, una risa se escapa y una ilusión se destapa para convertir la habitación oscura en un entorno proclive para gozar sin miedo de los placeres de los sentidos.




El amanecer la encontró con los ojos cerrados y el cuerpo abandonado a sus sueños de amor desenfrenado. Porque el hechizo de aquel viejo baúl con nombre propio era que, no se sabe muy bien por qué, al abrirlo y revolver entre sus cosas, ella siempre lograba volver a sentir la convicción de estar verdaderamente viva a su lado.


Supo que ese baúl estaría con ella hasta el final de sus días porque, aunque habían intentado quitárselo varias veces, la magia que había dentro había impregnado para siempre cada una de sus tablas. E incluso a veces, en la oscuridad de las noches estrelladas, se veían salir destellos de luz fantástica por las pequeñas rendijas que daban vida a la estancia. 





Para aquellos que saben que, en sí mismos, son un regalo y que son capaces de cantar bajo la lluvia.




@Escritos