lunes, 6 de enero de 2014

El regalo

El crujir de la escalera la sacó de su ensueño. Se vio ya casi en la misma puerta y se dio cuenta de que no sabía cómo había llegado hasta allí. En los brazos, un cuaderno gastado, una caja de madera y nácar, y un cesto con cintas de grogrén de varios colores y anchos.

Entró despacio en la buhardilla y se paró un minuto para que, sin encender la bombilla desnuda que colgaba del cable, sus ojos se acostumbraran a la luz que entraba por la ventana. Le gustaba el aire de intimidad que da en la oscuridad un rayo de luna azul entrando a hurtadillas. 


Y se fue directa a su querido y apreciado baúl.

Primero, lo miró largamente como si le diera miedo acercarse, pero luego acarició delicadamente la tapa para quitarle el polvo inexistente y tocó la larga cerradura que no necesitaba candado porque nadie hurgaba en sus cosas.

Al abrirlo sonó un leve quejido que no era más que el sonido de unas bisagras necesitadas de aceite. 


Y a su mente acudió aquella primera vez que destapó ese baúl, algunos años antes, para adoptarlo como el verdadero contenedor de sus tesoros.

Entre postales de las que ya no se escriben, poemas garabateados en servilletas de papel, una caja con canicas transparentes, dibujos hechos con colores brillantes, recortes de revistas que nunca se acordaba de qué eran hasta que los desdoblaba, las canciones de una niñez ya lejana, una muñeca pequeña y blandita, la colección de joyas de plástico más preciada y diversas piezas de un juego de té en miniatura, encontró unas cuantas promesas incumplidas revoloteando, trozos de vida con lazos de distintos tonos, ilusiones guardadas para mejores ocasiones, risas preparadas en cajitas acolchadas, besos escondidos entre las sombras, caricias acaloradas mientras se hace la cena y felicidad comprimida en botes herméticos.

Y mientras vuelve a acomodar todo lo que ha revuelto, una risa se escapa y una ilusión se destapa para convertir la habitación oscura en un entorno proclive para gozar sin miedo de los placeres de los sentidos.




El amanecer la encontró con los ojos cerrados y el cuerpo abandonado a sus sueños de amor desenfrenado. Porque el hechizo de aquel viejo baúl con nombre propio era que, no se sabe muy bien por qué, al abrirlo y revolver entre sus cosas, ella siempre lograba volver a sentir la convicción de estar verdaderamente viva a su lado.


Supo que ese baúl estaría con ella hasta el final de sus días porque, aunque habían intentado quitárselo varias veces, la magia que había dentro había impregnado para siempre cada una de sus tablas. E incluso a veces, en la oscuridad de las noches estrelladas, se veían salir destellos de luz fantástica por las pequeñas rendijas que daban vida a la estancia. 





Para aquellos que saben que, en sí mismos, son un regalo y que son capaces de cantar bajo la lluvia.




@Escritos

3 comentarios:

  1. Muchas gracias, porque aunque no canto bajo la lluvia ni en ningún otro lugar por respeto a los demás, si que bajo la lluvia puedo sonreír, bailar y saltar.
    Me ha gustado ese baúl, donde al guardar nuestros sueños acaba siendo un apéndice nuestro. Abrazos

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  2. Hola Beatriz, feliz Año Nuevo !!!! Me ha encantado tu relato. ¿Sabes? Yo no tengo un baul pero tengo una maleta no muy grande de madera con recuerdos.
    Un abrazo.

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  3. Mi querida Beatriz, todo cuanto escribes despide LUZ, y después de saber que puedo cantar bajo la lluvía y andar bajo ella como si tal cosa. Recojo una vez más tu regalo y lo guardo en mi baúl para cuando necesito estar sola poder volver a leerlo y sentir tu ternura.
    Mil besos llenos de Luz para ti y los tuyos en este año 2014.
    Recuerda saludar a Darabita y darle un tierno besito de mi parte ERES UN SOL.

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