miércoles, 9 de diciembre de 2015

Al horizonte



Miro al horizonte con ganas de alcanzarlo algún día y aunque sé que no puedo hacerlo, no cejo en mi empeño de al menos intentarlo.

Me gusta que, entonces, estés a mi lado mirando conmigo esa línea por donde se pone el sol. Porque en ese momento, tras el éxtasis del ocaso, podemos empezar a disfrutar de los reflejos que las estrellas nos brindan y de la luz de la luna que nos hechiza.

Y allí, no sé por qué, recuerdo cuando siendo niña soplaba con fuerzas para hacer pompas de jabón que, aunque eran efímeras, me producían una gran satisfacción. O las felices tardes de domingo manchando la cocina para hacer ese bizcocho que veía subir dentro del horno y desaparecer en cuanto salía.

Evoco cuando te abracé por primera vez y cómo tu calor quedó conmigo para siempre de tal forma, que sigo siendo capaz de notarlo cuando te pienso.

Reconozco a la primera una mirada llena de amor, una sonrisa de admiración sentida, una mano fuerte que me apoya, un oído atento a lo que me pasa y unas palabras escritas sin tinta que reflejan todo lo que llevas dentro. Porque veo más allá de lo que lo hacen los ojos.




Miro al horizonte sin distinguir nada delante de mí porque no quiero ver, sino solamente sentir muy dentro que lo que me pasa es parte de ese sueño que forjamos un día y que no quiero que nunca termine.




Caminar juntos a paso lento pero seguro, reírnos mirándonos a los ojos mientras sabemos lo que estamos pensando, besarnos las manos con un simple roce, navegar sobre olas que nos mecen, disfrutar del calor del astro rey que nos llena de energía, vivir juntos nuestra vida.

Anhelo seguir a tu lado cuando la existencia se haga más lenta, cuando tengamos por todo trabajo disfrutar esos regalos de vida, cuando el reloj esté de nuestra parte y cuando reciba un beso como premio a todo un largo paseo.


Porque, creas o no, al final de la vida se nos juzgará por el amor.













@Escritos

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Renacer de la nada

Siento el otoño entrar e instalarse.
Veo mudarse de vida las ramas
y mientras estas quedan desnudas,
veo llenarse de ocres la calzada.

El viento mece la polifonía de colores
queriendo alfombrar el suelo de trozos de vida agotada.
Pero como una dama recatada que se resiste a ser desnudada,
algunas hojas no quieren caer y siguen ondeando en su rama.

Rejas altas y puntiagudas como las lanzas de los guardias de corps que antaño pasearon por las calles, cuidan de intrusos el corazón de la tranquila ciudad.

Hileras de árboles que explican calladas qué es la perspectiva.
Trazos de líneas imaginarias hechas con informes volúmenes.

Y al fondo, el palacio; punto final de una larga vista encuadrada.
Piedras calladas que guardan historias mil veces plasmadas.
La vida de los nobles detrás de las ventanas.

Y donde comemos a la luz de las altas lámparas,
resuenan al cerrar los ojos los relinchos de la caballería
entre el colorido de las mantas y los penachos de los alabarderos,
mientras que la tahona da calor a la estancia.

Épocas antiguas que imaginamos por las piedras:
adoquines en el suelo,
fachadas sobrias en contraste con la riqueza de los arqueados patios interiores con rumor de aguas,
galerías abovedadas.

Mientras siento el color, el olor y el sabor de las épocas pasadas,
vivo mi vida a ritmo acelerado.
Pero no dejo de guardar en mi mente (en los ratos que le robo a las prisas),
las imágenes que invento,
las historias que imagino,
las vidas que me acompañan y me hablan.

Y me asomo curiosa a los jardines del XVIII entre los que el alma se tranquiliza al ritmo de un vagabundeo con sonido y luz de mediodía otoñal.
Porque huele a tierra y humo, a roble, a tilo, a castaño y a jara.
Y porque el agua de las fuentes te lleva a la época en que Saturno veía bañarse a Diana.

Plomo pintado de bronce,
estatuas de mármol blanco,
ocho cuadrados cristales en cada ventana,
marcos verdes de grandes estancias.
Siempre reflejo de vidas pasadas.




A veces somos hojas que cambiamos de estancia y, despistados, volamos hasta en el firme posarnos.
Otras somos el tronco que necesita despojarse del marrón sin vida que le quita fuerzas para volver a nacer de la nada.