sábado, 13 de agosto de 2016

En una tarde de verano




Darabita vuelve a estar nerviosa.

Por segunda vez la han enviado a ocuparse de un retoño humano que se asoma al mundo, para proteger a la parturienta y regalar un don al recién nacido.

Revolotea de aquí para allá pensando si se equivocará de sitio porque le llegan mensajes que hablan de una torre, pero no es la misma que la otra vez.

Le han dicho que vaya preparada porque aquí puede haber mucha agua por en medio. No porque sea pleno verano –que lo es- sino porque el nacimiento se podría producir en el medio acuático. El caso es que hasta ahora -pensaba Darabita- no existen bañadores para hadas, así que a ver cómo lo hago para no perderme nada y estar lo más cerca posible de la mamá y del niño.


Darabita espera a que le llegue el mensaje para iniciar su encargo, pero no llega. Pasa un día del estimado, y dos, y tres...y una semana entera. Pero un lunes por la mañana hay una leve señal que le hace ponerse en guardia. Abre sus pequeñas alitas y, aunque no le hacen falta para desplazarse, las mueve enérgicamente. ¡Comienza su trabajo!

Antes de salir de casa comprueba que la varita está bien cargada de magia para ayudar a la madre en esos tensos momentos. Y, aunque ya tiene preparado lo que le va a regalar al niño, después de mucho pensarlo, vuelve a comprobar que está todo en orden.

Durante 30 horas hubo un sí-pero-no. Lentos movimientos, sofocos, dolores, cansancio y, en medio de ello, pequeños destellos de polvos mágicos cayendo sobre la madre que, sin ella darse cuenta, le hacían retomar nuevas fuerzas para el gran trabajo de su vida.

El caso es que Darabita, muy lista, se había ocupado de repartir un poco de su magia
además de a la madre, a todas las personas que tuvieron trato con ella para que le hicieran la espera más agradable. Y sobre todo al padre que, cansado, no dejó ni un segundo de estar pendiente de ella.

A las 19:25 de un 9 de agosto asoma su cabecita al mundo un niño grande y a la vez pequeño, fuerte y a la vez tierno, "salao" y a la vez muy dulce.

Su madre, fuerte, poderosa, sabia, entregada y amorosa lo mira con lagrimillas en los ojos y sabe que ya no habrá en este mundo nada tan importante para ella.

Darabita, maravillada, se acerca hasta él y, con un beso en la frente, le regala su don más preciado:

Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.
Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.
Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.
De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.

Con este don, Aiún encontrará la magia en cada uno de los detalles a su alrededor: cuando observe el cielo, contemple la luna, escuche a los pájaros, disfrute del aroma de las flores, cuente las estrellas, se deje mojar por el mar y, sobre todo, cuando sueñe despierto mirando las nubes sobre su cabeza, en las que Darabita estará todas las noches escondida.


Sí, sí, era un regalo repetido. Pero si la otra vez salió tan bien, ¿para qué cambiarlo?






 

La estrella del verano ya está brillando en nuestras vidas. Darabita repliega sus alas y se dispone a seguir de cerca, ya más tranquila, a su segundo retoño desde que fue nombrada hada madrina de la familia.






@Darabita


2 comentarios:

  1. La familia se multiplica.....Enhorabuena, ahora a empezar a ver como crece y crece, convirtiéndose en un hombrecito. Se hizo esperar, pero ahí está, sano y fuerte. Besos.

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