lunes, 11 de enero de 2016

Gris coloreado

Los árboles, bañados por la suave luz de la alborada, tenían ese señorío que les otorga la soledad y el inmovilismo de sus peanas.

El sudor perlaba el ceño fruncido de su cara, mientras con un trote suave pero constante, seguía corriendo como sólo se hace cuando la certidumbre del cansancio dirige cada zancada.

Había empezado a correr muy pronto y cada respiración, cada aliento que soltaba, le seguían como única compañía por el bosque que, en silencio, le acogía sin pedir nada.

A lo lejos, la ciudad reflejaba un resplandor fantasmal mientras las nubes grises tapaban la lenta izada del radiante sol.

Sonidos difusos por la falta de atención le rodeaban.
Colores inciertos estallaban en puntos diseminados.
Olores mezclados conformaban el aroma de la mañana. 


Todo un paisaje confuso donde antes había un horizonte diáfano.

Mareado, quiso parar el galope pero sus piernas tenían vida propia en la carrera. En la piel, mensajes tatuados sin agujas ni tinta le recordaban las horas ganadas. Los esfuerzos por llegar a la meta se le habían transformado repentinamente en riesgos disfrazados de deseos.

La caída era esperada aunque luchaba por mantenerse erguido o al menos no arrastrarse ante esos pies que le habían vencido.




Comienza a llover.

Las gotas de agua fresca, limpian su sudorosa cara y a la vez liberan de angustias su alma.

Empapado y aterido busca el calor de un abrazo que encuentra sin problemas más cerca de lo que nunca ha imaginado. Porque quiso ser feliz dejando de lado el sentimiento de ser y sentirse querido y se encontró con un amor tan grande, que le llenó de vida lo que quería tapar con goces distraídos.










@Escritos