Los árboles, bañados por la suave luz de la alborada, tenían ese señorío que les
otorga la soledad y el inmovilismo de sus peanas.
El sudor perlaba el
ceño fruncido de su cara, mientras con un trote suave pero constante, seguía
corriendo como sólo se hace cuando la certidumbre del cansancio dirige cada
zancada.
Había empezado a correr muy pronto y cada respiración, cada
aliento que soltaba, le seguían como única compañía por el bosque que, en
silencio, le acogía sin pedir nada.
A lo lejos, la ciudad reflejaba un
resplandor fantasmal mientras las nubes grises tapaban la lenta izada del
radiante sol.
Sonidos difusos por la falta de atención le rodeaban.
Colores inciertos estallaban en puntos diseminados.
Olores mezclados
conformaban el aroma de la mañana.
Todo un paisaje confuso donde antes había
un horizonte diáfano.
Mareado, quiso parar el galope pero sus piernas
tenían vida propia en la carrera. En la piel, mensajes tatuados sin agujas ni
tinta le recordaban las horas ganadas. Los esfuerzos por llegar a la meta se le
habían transformado repentinamente en riesgos disfrazados de deseos.
La
caída era esperada aunque luchaba por mantenerse erguido o al menos no
arrastrarse ante esos pies que le habían vencido.
Comienza a
llover.
Las gotas de agua fresca, limpian su sudorosa cara y a la vez
liberan de angustias su alma.
Empapado y aterido busca el calor de un
abrazo que encuentra sin problemas más cerca de lo que nunca ha imaginado.
Porque quiso ser feliz dejando de lado el sentimiento de ser y sentirse querido
y se encontró con un amor tan grande, que le llenó de vida lo que quería tapar
con goces distraídos.
@Escritos
Bendita lluvia que alivia el sufrimiento, un relato magnifico con la moraleja del valor al empeño. Un abrazo
ResponderEliminarLa lluvia, en su justa medida siempre es benefactora , el esfuerzo siempre tiene su recompensa, y venir a tu casa y leer te llena de ilusión .
ResponderEliminarUn abrazo
Gloria