martes, 1 de noviembre de 2022

La pequeña calabacita


Este año el otoño no trae el frío y las hadas pueden revolotear a sus anchas. Es Halloween y ellas también tienen su propia fiesta.

Durante la noche podían verse pequeños brillos translúcidos formando círculos, espirales, infinitos y todo tipo de formas armónicas, aunque de vez en cuando alguna de las lucecitas se salía de su sitio y le daba un toque fresco al espectáculo que muy pocos podían ver...

Darabita pensaba en eso y en cómo ella había aprendido con la experiencia de 6 bebés anteriores a repartir magia de la buena. La magia era la misma desde aquella primera vez hace 9 años, pero ella iba más segura y más suelta, aunque sin perder su espontaneidad.

Estaba concentrada; sabía el lugar, otra vez al noreste de la capital, pero, como siempre, no sabía el momento exacto en el que tendría que actuar. Daba igual, porque no hacía falta que la avisasen para acudir rauda y veloz cuando la necesitaran.

Desde aquella primera vez a esta, la relación de Darabita con la madre era muy distinta; durante años una y otra eran, de alguna manera, la misma persona. Trabajaban juntas con mucha ilusión repartiendo magia + madera y eso había creado un vínculo especial.

Cuando llega el momento, Darabita se pone en marcha: los nervios y la calma, las prisas y la templanza, las risas y el temor, se unen en una experiencia maravillosa. La espera es larga y la vivencia, nueva, aunque acaba en algo ya conocido para la madre, esta vez con plena consciencia.

Darabita, que lleva todo el día cerca, inicia su vuelo pausado por encima de las cabezas soltando muy poco a poco el polvo de hada. Siempre atenta, controlando que todo vaya bien, dando fuerza a la madre, ánimo al padre, y luz al equipo médico que asiste al milagro de una nueva vida.

A las 20:32 horas del día 31 de octubre de 2022, después de las contracturas (perdón, contracciones) y con ayuda del bisturí, nació Telma; una niña que sabe que ha venido a dar alegría a sus padres, a su ya querida hermana y a todos los que esperan su llegada con ilusión.

En el momento justo de salir al mundo, Darabita se acerca a Telma y, con un beso lento en la frente, le ofrece su don más preciado.


Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.

Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.

Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.

De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.

Con este don, Telma encontrará la magia en cada uno de los detalles a su alrededor: cuando observe el cielo, contemple la luna, escuche a los pájaros, disfrute del aroma de las flores, cuente las estrellas, se deje mojar por el mar y, sobre todo, cuando sueñe despierta mirando las nubes sobre su cabeza, en las que Darabita estará todas las noches escondida.


Se inicia la vida de nuevo, crece la gran familia. Es curioso cómo el amor no se divide sino que se multiplica. La noticia corre como la pólvora y se expande la alegría.




Y una vez más, desde el cielo, una estrella sonríe de nuevo.




viernes, 15 de abril de 2022

La magia del uno más uno

 


Primavera. El sol empieza a calentar la vida que renace cada año. Tras tiempos llenos de incertidumbre, todo parece estabilizarse.

Darabita reposa sobre una tela invisible como si no tuviera nada que hacer. Porque las hadas, a veces, también necesitan coger fuerzas y, como es tiempo de vacaciones, se lo puede permitir...pero solo un poco porque en un momento todo se precipita.

Todas sus misiones son especiales pero en este caso parece que la están poniendo a prueba. Como lo ha hecho tan bien de uno en uno, esta vez son dos. Darabita sabe que desde el cuarto mes de embarazo ellos se acarician, se agarran, se abrazan y se sienten, y por eso lleva un tiempo preparando magia por partida doble.

La madre está muy abultada, la piel tensa, muy tensa; patadas, cabezazos y codazos; dentro hay mucho movimiento y fuera muchas ganas de ver esas dos caritas tantas veces imaginadas pero que necesitan vista, piel, olfato, abrazo y beso para ser algo más que un sueño.

Pequeños dolores cada vez más fuertes y más seguidos. Agua vertida por la cocina. Hay que preparar todo para que la entrada en la vida de los dos niños, (quinto y sexto de la saga a la que habían encomendado a Darabita proteger, cuidar y mimar), sea perfecta.

Al desplegar sus alas mágicas y majestuosas aunque no se vean, todo se inicia de nuevo. Darabita coge carrerilla y, con cara seria, comienza su misión.

Es de noche. Enseguida el cuerpo acoge la química no deseada pero conveniente y, por qué no reconocerlo, muy efectiva para vivir el parto con otra consciencia. 

La precaución hace que la madre esté rodeada de una docena de personas sobre las que Darabita revolotea esparciendo una pizca de su magia. Ellos y ellas no lo saben pero tener a Darabita presente les está dando mucha fuerza.

Sobrevolando la escena, Darabita refresca a la madre con pequeños soplos. Ella no la ve aunque la busca, pero sabe que está y nota su presencia.  Porque, como siempre, Darabita está atenta a todo lo que pasa, controlando, ayudando, animando y esperando pacientemente para poder entregarles a los niños su regalo, cuando la madre "de luz".

El 14 de abril de 2022, a las 6:53 de la mañana nació tranquilamente Adai: grande, decidido, de cabeza y explorando el mundo. Darabita se acerca a él con la misma ilusión que siempre y, con un beso lento en la frente, mientras su madre aún no descansa porque viene el segundo, le ofrece su don más preciado.

A las 7:06 aprovechando el camino abierto por su hermano y con la ayuda de Víctor, Arián, con precaución y de pie, se asoma al mundo también. Darabita mira la maniobra y se acerca presurosa a tocarle con su magia y a darle lo mismo que ya le dio a sus hermanos, primo y primas:


Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.

Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.

Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.

De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.


Con este don, Adai y Arián encontrarán la magia en cada uno de los detalles a su alrededor: cuando observen el cielo, contemplen la luna, escuchen a los pájaros, disfruten del aroma de las flores, cuenten las estrellas, se dejen mojar por el mar y, sobre todo, cuando sueñen despiertos mirando las nubes sobre sus cabezas, en las que Darabita estará todas las noches escondida.

Darabita vuelve de nuevo y ahora toca levemente a la madre exhausta y feliz de traer al mundo a dos nuevos pedazos de soles del universo familiar.

Los niños, cansados de nacer, duermen juntos y, como siempre sin palabras, se dicen que son un equipo, que donde vaya uno irá el otro, que esos poderes especiales que se les atribuyen a los mellizos los usarán para, junto con su orgulloso hermano mayor, Aiún, construir la familia que todos quisiéramos tener.



domingo, 20 de septiembre de 2020

Cuarta misión de Darabita

 


 

- ¡No sé por qué a los humanos les gusta tanto ponerme nerviosa! ¡Me dicen que tengo que estar preparada y luego me hacen esperar!

Darabita desempolvó su vestido de los días especiales y limpió con mucho cuidado sus alitas llenas a rebosar de polvo mágico para estar lista cuando la avisaran.

Y el aviso llega un día especial; un día repleto de margaritas blancas y amarillas y de estrellas bailarinas.

¡Cuatro misiones ya!

Esta vez era una niña preciosa y mofletuda. Esto aún no lo sabía nadie más que Darabita, porque todavía estaba refugiada en la barriga de su cansada mamá.

Cuando se inició el proceso del parto, mientras todos los que esperaban impacientes en casa pensaban cómo sería, cómo estaría, cuándo podrían conocerla, qué harían al verla, a quién se parecería... Darabita puso su atención en lo importante; cuidar de que todo fuera bien y de estar ahí la primera para darle a Magdalena su magia.

Darabita revoloteaba despacio sin parar de mover sus alas, dando vueltas para no perderse nada, dando ánimos y fuerza a la madre y compañía al padre que miraba alrededor a ver si esta vez la pillaba...pero no; no se dejó ver, aunque todos sabían que estaba.


A las 12:50 de un 19 de septiembre, en tiempos de mascarillas, nació una niña muy grande; la cuarta de una generación a la que le habían  encomendado proteger, cuidar y mimar.


Nada más salir la cabecita, antes siquiera de que saliera el cuerpecito, Darabita, muy seria en su papel de hada, se acercó hasta ella y, con un beso en la frente, le regaló su don más preciado:


        Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.

                              Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.

                     Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.

                     De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.

Con este don, Magdalena encontrará la magia en cada uno de los detalles a su alrededor: cuando observe el cielo, contemple la luna, escuche a los pájaros, disfrute del aroma de las flores, cuente las estrellas, se deje mojar por el mar y, sobre todo, cuando sueñe despierta mirando las nubes sobre su cabeza, en las que Darabita estará todas las noches escondida.



El inicio de una vida es siempre un misterio; fragilidad y fuerza; dolor y alegría; ternura y amor a raudales. Y ahora, ante la incertidumbre de qué pasará con nosotros mañana, es un soplo de aire fresco que nos recuerda que la vida es para vivirla.
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martes, 18 de septiembre de 2018

Aire, sol y vida

El suelo crujía bajo mis pasos descalzos. Maderas viejas rejuvenecidas con mimo y adornadas con trajes de gala.

Al fondo, la ventana; ese trozo de luz sin cable que nos da la vida por la mañana y nos permite vislumbrar estrellas en el cielo oscuro de la noche clara.

Manzanas que cantan los buenos días, felinos que juegan al escondite, hortensias coloreadas mojadas de rocío.

El aire fresco de la alborada nos recarga los pulmones de energías renovadas; alimentos de la tierra nos llenan la barriga y pensamientos enardecidos nos conquistan el alma.

A lo lejos, las montañas. Trozos de líneas a veces picudas, a veces redondeadas. Moles de piedras amontonadas rellenas de historias en mil ocasiones contadas.

Te encuentras solo en un mundo inmenso de espacios abiertos. Te sientes pequeño entre la inmensidad de espacio sin nada de nada. Te aturdes sin contar el tiempo que queda hasta la próxima parada.



Y a mi lado, tu mirada franca; tu risa escondida debajo de la almohada; tu olor picante, extrovertido y seductor; tu música cauta que refleja melodías encantadas; tus manos cálidas que delatan tus ansias de tenerme atrapada; tu gesto amable de darme el mundo por el que piso; tus palabras graves de bajos dorados al sol cálido del otoño; tu entrega generosa a la causa de disfrutar de aquello que, sin grandes alharacas, nos hace ser felices sin costarnos nada.



¿Qué hice tan mal para que también esto se me escapara?

@Escritos

domingo, 12 de agosto de 2018

La más bonita Perseida




Al calor del día, Darabita sobrevuela la ciudad de su tercera misión, tras toda la noche esperando.

No era una misión espacial pese a que casi se da de bruces con un astronauta suspendido en la glorieta del Universo. Ni era una misión secreta al estilo de las películas de espías porque muchos sabían que Darabita estaría por ahí, aunque no la vieran. Ni siquiera era una misión imposible pese a que tenía que volar (sin ser vista, por si acaso) por encima de un sinfín de hombres de uniforme con galones y divisas y, según le dijeron algunas hadas más experimentadas, también de polillas.

- ¿Polillas? -Había preguntado Darabita extrañada.
- Sí, polillas, porque hace ya muchos años los jóvenes de aquel colegio se pasaban el tiempo entre madera, vamos, zascandileando entre los árboles que lindaban con el patio del colegio de las niñas –Le respondieron las hadas mayores con risas pícaras.

Pero todo eso era ahora secundario. El instinto de hada y la magia de la varita que llevaba bien escondida, llevó a Darabita rápidamente a la planta primera de un hospital blanco, de líneas rectas y muy luminoso.

Allí se encontró otra vez con el excitante comienzo de una nueva vida que, después de muchos dimes y diretes, sudores y dolores, traería una gran alegría a la cara de sus padres y de todos los que esperaban ansiosos pensando que si se retrasaba más no lo podrían ver hasta pasados muchos días.

Pero este no era un niño cualquiera, claro. Si no Darabita no estaría allí. Con su vuelo silencioso, abriendo las alas al máximo, trataba de darle aire a la madre, calmar los pocos nervios del padre y darle sabiduría al matrón asturiano y demás compañeros que estaban haciendo tan bien su trabajo. Un poquito de polvos mágicos por aquí, otro poquito por allí y, tras un rato que se hizo un poco largo, el llanto del bebé anunció el fin del duro proceso.

A las 17:30 de un 11 de agosto, nació un niño grande y fuerte. Tercero de una generación a la que le habían encomendado proteger, cuidar y mimar.

Darabita ladeó la cara para ver a quién se parecía. Le habían encargado comprobar si había algún rasgo o gesto suyo. Realmente daba igual, porque cada uno es único e irrepetible, pero para el orgulloso abuelo era inevitable querer algún mínimo parecido, además de su nombre.

Darabita, muy seria en su papel de hada, se acerca hasta él y, con un beso en la frente, le regala su don más preciado:
Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.

Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.

Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.

De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.

Con este don, Javier encontrará la magia en cada uno de los detalles a su alrededor: cuando observe el cielo, contemple la luna, escuche a los pájaros, disfrute del aroma de las flores, cuente las estrellas, se deje mojar por el mar y, sobre todo, cuando sueñe despierto mirando las nubes sobre su cabeza, en las que Darabita estará todas las noches escondida.





Tras la excitación del día, en la oscuridad de la noche, mientras contempla la lluvia de Perseidas y el cuerpo se relaja en la vigilia, la alegría hace brincar la imaginación sobre cómo será la vida con un miembro más en la familia.






@Darabita