jueves, 17 de septiembre de 2015

El pulpo

Me pediste que te trajera un pulpo de regalo.

- ¿Un pulpo?
- Sí, un pulpo
- Pero, ¿pulpo a la gallega?, ¿un pulpo para meterlo en una pecera?
- No, no. Un pulpo que me sirva de mascota. Para sacarlo de paseo.

Me tuve que meter en el agua fría, muy fría. Olas de más de 5 metros revolvían todo a mi alrededor y no era capaz de encontrar un pulpo que quisiera venirse conmigo hasta la arena.

Fuera silbaba el viento, caía la lluvia, el cielo estaba gris, nubes por todos lados, frío….mucho frío. Y yo, metida en el fondo de ese mar que se iba tranquilizando a medida que me iba internando más abajo y que notaba hasta calentito.

Despacio, buceaba buscando detrás de cada una de las rocas y dando voces: ¡¡pulpo, pulpooooooooooo!!

Hasta que apareció. Y logré convencerlo para venirse conmigo hasta tierra firme.

Al salir, no tenía ni frío. Sólo alegría por haber encontrado el pulpo que me pediste. Era gracioso verme caminar por el paseo marítimo con un pulpo a mi lado que, todo hay que decirlo, casi no sabía andar.

Al llegar al hotel, lo dejé jugando en la bañera, con el hilo musical y la calefacción puesta, mientras yo me iba a trabajar.

Y al volver, no estaba. Me contaron que vieron salir de mi habitación a un pulpo que decía que quería volver al mar, que le faltaba espacio en la bañera, que no oía cantar a las sirenas, que tenía calor, que era muy incómodo andar. Que quería volver a su hogar.

Yo lo había tratado bien, muy bien. Le di todo lo que un pulpo puede desear. Y sólo podía pensar lo que decía mi abuela en estos casos: de desagradecidos está el mundo lleno.

Hasta que alguien me dijo: si tú fueras un pulpo, ¿no querrías vivir en el mar?



Y de pronto, sonreí.


Y sigo sonriendo.







@Cuentos

lunes, 14 de septiembre de 2015

Paisajes desdibujados

Los paisajes desdibujados no tienen imperfecciones, porque nadie busca en ellos líneas definidas. En trozos de colores indeterminados, se unen montes con aguas y con cielos sin saber muy bien dónde acaba uno y empieza otro, si el azul es firmamento, o es parte del lago; si el reflejo es soto o es ilusión del ojo humano.

Todo asemeja un decorado teatral para obras bucólicas con una conjunción de cielos, tierras y aguas inalcanzable. Pero esta unión no esperada, luce como si fuera magia.

La tarde, los montes, el agua, las estaciones, el otoño, las praderas, los árboles, los animales, plasman su esencia y lo que sucede a su alrededor y nos lo dejan ver distinto en cada momento. Según la luz y el viento, según la lluvia, según el frío, según los ojos de nuestra alma.

Continuamente evocamos paisajes desdibujados de nuestra mente que vamos componiendo pacientemente, a veces con nostalgia, otras de muy buena gana y nos envuelven. Y la imagen que nos formamos a base de recuerdos tiene la virtud de hacerse a nuestro antojo: los recuerdos que componemos son como queremos que sean. Olvidamos las espinas de la rosa y potenciamos su color y su olor. Negamos el frío del agua gélida y reforzamos la sensación de tranquilidad de la zambullida.

A veces nos topamos con los paisajes desdibujados ya hechos. Nos los encontramos escritos y normalmente los leemos por casualidad. Cosas que nos pasaron, que sentimos, que vivimos, que experimentamos alguna vez y que alguien escribió sin que nosotros se lo contáramos. Situaciones que incluso habíamos olvidado y al leerlas nos vuelven a la memoria entre la añoranza y la felicidad de volver a vivirlas.

Y lo más común. La cotidianidad, sin ningún brillo adicional, es la que nos trae al recuerdo tiempos antiguos, amigos desaparecidos o situaciones pasadas. Paisajes desdibujados de nuestros tiempos felices o de nuestro llanto amargo.

Vendavales de sensaciones, ríos de hielo, hogueras de rojo fuego, panoramas de ausencias, muros de miedos, tierras de contradicciones, flores en invierno, viajes a los paisajes de la juventud, sombras de dudas, besos templados, voces sin eco, estrellas apagadas, actores acertados, mensajes delatores, ráfagas de olores, imagen de un millar de puestas de sol, un as guardado en la manga producen la visión, siquiera fugaz, de paisajes desdibujados.










@Escritos

lunes, 7 de septiembre de 2015

Protagonista de mi cuento



Con un movimiento certero, le doy la vuelta al reloj de arena a la voz de ¡preparados, listos, ya! Quiero escribirte un cuento de los que hacen historia. Y tengo que hacerlo antes de que se me acabe el tiempo.

Tengo enfrente una pared blanca, pero estoy viendo el amplio horizonte en el que los pájaros dibujan su satisfacción ante el vuelo y el profundo mar en el que los peces se desplazan bailando sin parar.

Mi mirada, profunda. Concentración desdibujada.

Busco sobre qué escribir y me acuerdo de mil y una historias que te gustan. Y de pronto, me doy cuenta de que mi mente está en otro mundo. En aquel lugar más allá de las estrellas en el que nacen los sueños y se hacen compañía entre ellos. Y veo pasar ante mí a los personajes más famosos del momento:

Un ciempiés bailarín que cada vez que practica un paso, pierde un zapato.

Una vaca alegre a la que no le gusta la lluvia porque se moja y se desdibuja.

Un ascensor que sube hacia abajo y baja hacia arriba.

Un coche que necesita acelgas para andar en vez de gasolina.

Una baraja de cartas en blanco.

Un amigo imaginario que no sabe cómo te llamas.

Una bufanda que no quita el frío.

Un reloj que se escapó de prisión para poder andar a su libre albedrío.

Un hada madrina con la varita estropeada.

Un dragón que no sabe echar fuego.

Un abecedario desordenado hecho de letras de colores.

Una tortuga que no quiere ir andando porque siempre llega tarde.

Un pulpo al que le gusta pasear y luego darse un baño de espuma.

Un pincel mágico que hace cuadros sin necesidad de manos.

Un castillo de arena que no se derrumba con el agua.



Pero ninguno quiere ser mi protagonista, porque un cuentista debe ser valiente para poner en el papel la parte más loca de su imaginación, y en estos momentos todo lo que se me ocurre es pensar que mi vida contigo en ella es el mejor de los cuentos.













@Cuentos