martes, 21 de enero de 2014

Compartiendo juegos


Me contaron una vez, que en tierras del más allá, en las tierras de brujas y fantasmas, vivía hace mucho tiempo un temible dragón. Sus poderes mágicos, conquistados a base de terribles luchas entre hermanos, le permitían transformarse en nube negra cargada de agua y rayos desde la que podía  escupir lluvia a borbotones y, lo que es peor, centelleantes dardos de fuego cruzado.

El fiero dragón atacaba a todo el que se ponía delante sólo por diversión, por dar miedo, por provocar el pánico entre los niños y el miedo en forma de aullido en los perros.



Teodoro lo vio una noche en la que esperaba la oscuridad total para lucir su vuelo fosforescente en el cielo estrellado, y se asustó.
Pero, no obstante, despacio, Teodoro desplegó sus pequeñas alitas y se enfrentó al gran dragón. Poniendo una voz muy grave (o eso le pareció a él) le dijo -casi le gritó-:

-Túuuuuuu.

-¿Eh?

- Sí, tú, grandullón.

- .......(asombro)

- ¿Quieres jugar conmigo?

El dragón, que estaba acostumbrado a estar solo por el miedo que provocaba, no creía lo que estaba oyendo. Pero el pequeño dragón fosforescente, famoso desde pequeño por sus constantes travesuras, sabía que nunca era tan fiero el león como lo pintan; vamos, que ese gran dragón que asustaba a todo el que se pusiera por delante, en algún lugar muy muy dentro, tenía que tener su corazoncito.
 

Así que se acercó un poco más a él, con paso decidido pero prudente, sin escudo ni armaduras, totalmente desarmado, (como si le hubiera servido de algo coger su espada laser de juguete, que era toda arma que tenía a su alcance) dispuesto a averiguar qué era lo que tenía el dragón donde nadie había entrado nunca.

El dragón, viendo cómo se acercaba Teodoro, comenzó su actuación de soy-un-dragón-malo-y-enfadado: abrió la boca hasta que se vio su campanilla moviéndose mientras rugía con un ruido ensordecedor; batió sus alas para provocar una lluvia tan fuerte y local que parecía que estuvieran duchando las flores con una regadera gigante; lanzó escupitajos de fuego hacia el cielo que parecían auténticos fuegos artificiales multicolor.


A Teodoro le parecía que estaba en el circo. Disfrutaba de todos los efectos especiales y aplaudía cada nuevo "trabajo" con verdadera alegría. El dragón parecía que estaba en su salsa haciendo la actuación de su vida, que volvió a repetir una y otra vez, hasta quedar agotado. Entonces, con un gesto de auténtica complacencia se sentó junto a Teodoro para descansar. En ese momento, quien los viera, pensaría que eran un par de amigos gozando sonrientes de la mutua compañía.

Teodoro no sólo consiguió que el dragón jugara con él, sino que él mismo comenzó a enseñarle cuáles eran sus "super-poderes": hizo un par de vuelos rasantes por encima de los ojos del dragón que casi le dejan bizco, dibujó en el cielo oscuro figuras que el dragón se esforzaba en adivinar con la consiguiente risa de Teodoro cuando no lo conseguía...


Y entonces se dio cuenta de que a pesar de querer parecer un fiero dragón, su nuevo amigo no era más que un niño con cientos de años, que lo que necesitaba era alguien con quien compartir juegos y risas, y por qué no, penas y llantos cuando los hubiera. 








 






Había noches en las que el punto de luz fluorescente que emitía Teodoro al volar se veía encaramado en un sombra oscura y tenebrosa, que dejaba de serlo cuando el temible dragón sonreía ante una ocurrencia de su amigo.

Porque no hay nada más útil que compartir lo que uno es, para lograr la felicidad que nos negamos a nosotros mismos.



¡Qué bonita la vida!


 







@Teodoro

2 comentarios:

  1. La vida es bonita, mucho. Y compartir juegos y penas la hace grande y sabia.. Un abrazo dama de los cuentos con moraleja.

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  2. Dices tantas cosas !!, muestras tantas verdades !! Simplemente eres GENIAL.
    Te sigue queriendo tu amiga
    Gloria

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