Margarita, reclinada entre mullidos cojines de satén, hace ya tiempo que no sabía si pensaba o soñaba.
El sol reflejaba la luz de su mirada como si sus ojos fueran los puntos de luz de la mañana. Pequeñas lágrimas hicieron brillar sentimientos dormidos, limpiando a la vez las cicatrices no curadas.
No se sabe muy bien por qué, rescató las imágenes que guardaba bajo siete llaves para, una vez más, imaginar cómo fueron esos días de búsqueda de felicidad mal enfocada: ponerle artificio al cuerpo; dormir en las mejores sábanas; engañarse a sí mismo diciendo que aquí no pasa nada, que lo único que hago es ser dueño de lo que me da la gana; sonreír a la cámara con el alma por ella destrozada.
Y leyendo una a una las palabras archivadas, recordó todo el silencio, todo el dolor, toda la rabia, y también todo el esfuerzo que, a veces sin querer, le hizo seguir con la cabeza alta.
Él se fue, pensando que así arreglaba lo que le atormentaba sin darse cuenta de que lo llevaba grapado al alma y por eso, fuera donde fuera, le acompañaba.
Con la música muy alta y la sonrisa pintada se descubrió bailando; primero sin mover sus pies, luego dando vueltas por la habitación engalanada.
La pantera la seguía con la mirada. Sabía que su lugar estaba por siempre a su lado porque, aunque ella no lo supiera, su error le había convertido en el guardián eterno de la margarita abandonada.
Ella ya no esperaba nada.
La magia de la vida consiste en dar vueltas, aunque llueva tras las ventanas.
@Escritos
Cuan diferente puede ser la felicidad de unos a otros. Supongo que no hay ideal y única para todos. Tu frase final es una buena sentencia. Saltibrincos
ResponderEliminarTe haría una pregunta...Pero mejor te diré ,que me encanta el relato.
ResponderEliminarBesos