martes, 5 de febrero de 2013

Las mañanas

Todas las mañanas salía a pasear al sol. Con su paso lento, recorría los 100 metros que separaban su casa del bosque.


Pero para eso, antes había habido una preparación muy costosa en tiempo y esfuerzo.

Ya no necesitaba despertador porque el amanecer le avisaba (no se sabe muy bien cómo) de que había llegado. Y aunque podía haber dormido más rato, la costumbre de tantos años levantándose al alba no se iba así como así. Aunque, todo hay que decirlo, …..con el tiempo fue capaz de concederse la licencia antes impensable de quedarse un rato en la cama pensando en sus cosas.

El momento de sacar el cuerpo de la horizontal, torpe y suave. Recordaba cuando su primer movimiento matutino era un salto de la cama, unos ejercicios en la alfombra de la habitación y un paso vigoroso para empezar bien el día. Pero esos tiempos quedaban muy atrás. Ahora todo parecía hacerse a cámara lenta.

Con una sonrisa en la cara por poder amanecer otro día, se preparaba un café con un par de galletas y, si se había acordado de comprarlo, un zumo de naranja, de tetrabrik, eso sí.

Después del desayuno y la ducha, un rato de merecido descanso por el esfuerzo para empezar a vestirse las ropas que cada vez le quedan más grandes.

Toda esta rutina le ocupaba más de dos horas, pero así salía en el momento en el que el sol ya ha despertado del todo y, aunque aún hace frío, las calles se han templado un poco.

Respirar el aire puro era como un premio para él que se había pasado media vida encerrado entre cuatro paredes malolientes. Y la sensación de pasear sin nada más que hacer, era como un corte de mangas a todas las horas que había dedicado al trabajo a lo largo de su longeva existencia.

Parecía que el bosquelo recibía con alegría. Todo era luz y color. Todo estaba en su sitio, aunque iba cambiando con las estaciones. Y él, como cada día, iba contando los árboles, nombrando las flores, saludando a los pájaros y sonriendo a los pocos niños que se encontraba.

La sensación de paz era grande, y en su cara todos veían la bondad dibujada.

Luego, sentado al sol, a veces cerraba los ojos y se dejaba embriagar....y veía otra vez la película de su vida; sus momentos felices con sus seres queridos, sus amargos problemas todos ya solucionados, sus vivencias más profundas y su lucha sin cuartel para seguir caminando hacia adelante…..Y había tenido una vida tan larga, que no se quedaba nunca sin algo que recordar. Porque cada minuto del futuro es un recuerdo del pasado.

La tarde ya era otra cosa. Dependiendo del día de la semana, tenía distintas actividades, que le llevaban de nuevo a la cama a esperar que despertara su amigo sol.

Pero por las mañanas, su rutina era la misma. Y cada vez que el sol le sacudía para despertarle, él pensaba: pase lo que pase, tengo ante mí un nuevo regalo y como dice la canción, hoy puede ser un gran día.




Porque incluso la rutina puede resultar placentera si nos queremos.





@Relatos

4 comentarios:

  1. Bonita descripción de una rutina de muchos, en este caso de él.
    Efectivamente , ¡¡ Hoy puede ser un gran día , tan sólo hay que planteárselo !!

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    1. Parece que la rutina siempre tiene mala fama. Y es la realidad de muchísima gente que vive aferrada a una mañana detrás de otra hacer lo que le da tranquilidad.

      Gracias Gloria como siempre por tus palabras.

      Saludos

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  2. Una entrada preciosa con una rutina que al final es de todos, tienes razón en lo de querernos, tenemos que querer también lo que hacemos y disfrutar del tiempo porque cada vez queda menos.

    Besicos y gracias por tus visitas.

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    1. Al final de una vida, hasta la rutina es placentera.

      Saludos

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