Todas las mañanas salía a pasear al sol. Con su paso lento, recorría los 100
metros que separaban su casa del bosque.
Pero para eso, antes había
habido una preparación muy costosa en tiempo y esfuerzo.
Ya no
necesitaba despertador porque el amanecer le avisaba (no se sabe muy bien cómo)
de que había llegado. Y aunque podía haber dormido más rato, la costumbre de
tantos años levantándose al alba no se iba así como así. Aunque, todo hay que
decirlo, …..con el tiempo fue capaz de concederse la licencia antes impensable
de quedarse un rato en la cama pensando en sus cosas.
El momento de sacar
el cuerpo de la horizontal, torpe y suave. Recordaba cuando su primer movimiento
matutino era un salto de la cama, unos ejercicios en la alfombra de la
habitación y un paso vigoroso para empezar bien el día. Pero esos tiempos
quedaban muy atrás. Ahora todo parecía hacerse a cámara lenta.
Con una
sonrisa en la cara por poder amanecer otro día, se preparaba un café con un par
de galletas y, si se había acordado de comprarlo, un zumo de naranja, de
tetrabrik, eso sí.
Después del desayuno y la ducha, un rato de merecido
descanso por el esfuerzo para empezar a vestirse las ropas que cada vez le
quedan más grandes.
Toda esta rutina le ocupaba más de dos horas, pero
así salía en el momento en el que el sol ya ha despertado del todo y, aunque aún
hace frío, las calles se han templado un poco.
Respirar el aire puro era
como un premio para él que se había pasado media vida encerrado entre cuatro
paredes malolientes. Y la sensación de pasear sin nada más que hacer, era como
un corte de mangas a todas las horas que había dedicado al trabajo a lo largo de
su longeva existencia.
Parecía que el bosquelo recibía con alegría. Todo
era luz y color. Todo estaba en su sitio, aunque iba cambiando con las
estaciones. Y él, como cada día, iba contando los árboles, nombrando las flores,
saludando a los pájaros y sonriendo a los pocos niños que se encontraba.
La sensación de paz era
grande, y en su cara todos veían la bondad dibujada.
Luego, sentado al
sol, a veces cerraba los ojos y se dejaba embriagar....y veía otra vez la
película de su vida; sus momentos felices con sus seres queridos, sus amargos
problemas todos ya solucionados, sus vivencias más profundas y su lucha sin
cuartel para seguir caminando hacia adelante…..Y había tenido una vida tan
larga, que no se quedaba nunca sin algo que recordar. Porque cada minuto del
futuro es un recuerdo del pasado.
La tarde ya era otra cosa. Dependiendo
del día de la semana, tenía distintas actividades, que le llevaban de nuevo a la
cama a esperar que despertara su amigo sol.
Pero por las mañanas, su
rutina era la misma. Y cada vez que el sol le sacudía para despertarle, él
pensaba: pase lo que pase, tengo ante mí un nuevo regalo y como dice la canción,
hoy puede ser un gran día.
Porque incluso la rutina puede resultar placentera si nos queremos.
@Relatos
Bonita descripción de una rutina de muchos, en este caso de él.
ResponderEliminarEfectivamente , ¡¡ Hoy puede ser un gran día , tan sólo hay que planteárselo !!
Parece que la rutina siempre tiene mala fama. Y es la realidad de muchísima gente que vive aferrada a una mañana detrás de otra hacer lo que le da tranquilidad.
EliminarGracias Gloria como siempre por tus palabras.
Saludos
Una entrada preciosa con una rutina que al final es de todos, tienes razón en lo de querernos, tenemos que querer también lo que hacemos y disfrutar del tiempo porque cada vez queda menos.
ResponderEliminarBesicos y gracias por tus visitas.
Al final de una vida, hasta la rutina es placentera.
EliminarSaludos