lunes, 17 de junio de 2013

La gaviota



Érase una vez una gaviota que vivía en la playa con sus compañeras. Los grandes acantilados y la lejanía de otras tierras le impedían saber qué había más allá de lo que veía todos los días: su playa y su mar.

Todas las mañanas, las gaviotas salían a volar durante horas por el ancho océano donde se buscaban la comida mientras disfrutaban del infinito azul. 


Al atardecer, volvían a la playa donde descansaban de la dura jornada en la que sólo veían agua azul (o gris) y nubes blancas (o grises), -porque a veces el tiempo no era bueno y el paisaje blanquiazul se transformaba en sombras grises- pero había que seguir volando y buscar peces que comer.

Una mañana, nuestra gaviota, cansada de hacer siempre lo mismo y ya que le era imposible irse a otras tierras, decidió quedarse en la playa. Sus compañeras no entendían qué quería hacer, cómo iba a comer, cómo iba a resistir con las alas cerradas todo el día. Pero ella estaba decidida a quedarse. Y lo hizo ese día, y otro, y otro...

Se acostumbró a comer lo que se encontraba por la arena o lo que los bañistas se dejaban olvidado cerca de las papeleras, aunque a veces sufría mucho para poder llegar a coger la comida porque esos seres con dos piernas no le daban demasiadas facilidades.

Llegó un momento en el que la falta de costumbre de buscar peces y moluscos por el proceloso mar, de extender las alas y volar durante horas, le hizo olvidarse de cómo se hacía. Y el día que quiso hacerlo, no pudo.

Quiso vivir una vida distinta, más cómoda, haciendo su antojo y lo que había conseguido era no actuar como una gaviota, no parecer una gaviota, no querer ser gaviota, perder a sus compañeras de viaje gaviotas.
 

¡Pero era una gaviota! Y tenía que remontar el vuelo. Porque huir es tan sólo una manera de ver que no hay lugar donde posarse.

 

Una mañana se fue al acantilado. Vio el precipicio y pensó que no iba a poder hacerlo. Pero se lanzó, porque tenía la suerte de haber nacido con alas y tenía que usarlas.

Mientras caía en picado oyó la llamada del mar, -su mar- y los ánimos que, pese a todo, le daban sus hermanas gaviotas.

Sintió ganas, fuerza, alegría,
y abrió sus alas de par en par

y voló, voló, voló.








 





[La soledad es un estado que nos permite estar con nosotros mismos]





@Relatos

7 comentarios:

  1. Estar con nosotros mismos, es estar las mas de las veces, muy bien acompañados, la soledad es preciosa y calida. La soledad nos permite apreciar la compañía. Un relato muy bueno, entretenido y con moraleja. Saltos y brincos

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  2. La gaviota quiso salirse de las costumbres impuestas, en cierta manera me recuerda a Juan Salvador Gaviota, quiso ser distinta y en cierta manera lo consiguió.

    Un abrazo

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  3. Ahora tiene más recursos esa gaviota. Es valiente cuestionar la norma establecida.

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  4. Algunas veces buscamos la soledad como agua de Mayo, y en ocasiones es una fuerza interior para sobreponernos a lo que somos, a lo que queremos ser y a dónde queremos llegar. No es fácil, y tú lo has sabido plasmar de una forma muy bella en esta historia. De alguna manera todos somos como esa gaviota y a veces necesitamos estar y conocernos a nosotros mismos.

    Un abrazo!

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  5. A veces queremos cambiart aquello que nos parece monótono. No siempre sale bien como a la gaviota.
    Pero quiero pensar que siempre voy a poder volar cuando lo necesite igual que tu gaviota.
    Un abrazo Beatriz

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  6. Hasta el final no se sabe si se puede volar, pero siempre se puede, lo que no siempre encontramos es el valor de arrojarnos al vacío.

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  7. Somos lo que somos, queramoslo o no
    Saludos, manolo

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