martes, 28 de octubre de 2014

Pérdidas que ganan



La noche está en silencio. 

En un rincón del local, una pareja se mira sin decir nada. Los pensamientos fluyen y sobran las palabras.

Silencio necesario para oírse. Pero el silencio lleva inevitablemente hacia lo más oscuro del alma.

Desde la pared, los retratos de los antiguos conquistadores observan también callados. En el púlpito vacío se acumulan voces de otros tiempos. En las vitrinas, los trofeos. Encima de la mesa, el café quemado espera a ser saboreado.

En el sillón, a su lado, ella observa su sufrimiento. El silencio de él retumba en sus oídos y busca palabras de consuelo que no salen y que él tampoco quiere escuchar. Sólo quiere silencio, porque tiene miedo.

Sus manos procuran su relajo. Su boca le cubre de pequeños besos. Su mirada le dice que nunca dejará de quererle. Su alma es gemela de su desconsuelo. Ella respeta su reserva porque los duelos se tienen que pasar desde dentro.


El ambiente lleno de caobas y metales; de cristales de colores; de cuadros y grandes fotos; de espejos embarrados; de sillones acolchados; de antigüedades; de objetos de viajes, aventuras y expediciones, le ayudan a preparar esa "Vuelta al Mundo" que va a dar, más interesante que la que dio Phileas Fogg en 80 días.

Una vuelta al mundo, a su verdadero mundo, en el que toda la preocupación será disfrutar del regalo que nos da la vida: el sol en la cara, la calidez de un abrazo, el entusiasmo de ver crecer la nueva savia, la complicidad de aquellos a los que se llama amigos; en definitiva, un mundo lleno de cosas que valen más que todo el dinero ganado. 


Las cosas nunca pasan por nada.  

Al salir, quizás él no se haya dado cuenta, pero, en el centro del vestíbulo, la lámpara de cristales emplomada le señala el rumbo que va a tomar su existencia a partir de ahora. Definitivamente, va a ganar el norte de su vida, gracias a las perdidas batallas.








@Escritos

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