A 840 metros de altitud, cerca de ríos y
montes, dentro de cuatro paredes con inscripciones latinas en piedra, frescos,
pinturas, grabados, tallas, orfebrería y mobiliario de distintas épocas, daba
vueltas, nerviosa, por el castillo- palacio de hace siglos.
Realmente, no es que sea un castillo de
los de damas y caballeros, dragones y magos, bufones y reyes, soldados,
campesinos y artesanos; vamos, de esos que se ven aún por las cimas de España.
Porque si lo miras bien, con los ojos que
hay en la cara, es una habitación encima de una nave. Pero si lo observas con
los ojos de la imaginación, -esos que a veces Darabita te abre durante un rato
para que seas capaz de vivir aventuras que de otra forma no podrías-, es un
verdadero castillo-palacio en el que tienen cabida las historias más complejas
y también las más sencillas del día a día.
Dentro, ella espera pacientemente asomada
al balcón a que venga su caballero andante a decirle esas frases de amor
apasionado que podrían formar parte de una poesía encadenada.
Los cuatro rizos que se salen de la
coleta, se creen esa gran trenza que las damas medievales lanzaban a sus
amantes; la camiseta 100% algodón se transforma por arte de magia en un vestido
de tela gruesa, tosca y resistente, de color pardo, avellano y negro; esa mujer
del siglo XXI, por arte de birlibirloque se convierte en una Julieta de esas
que han existido en todos los tiempos desde que el mundo es mundo.
Fuera, la transparente piscina interpreta
a la charca cristalina de siglos atrás donde él mitiga el calor del verano,
como si fuera el agua fresca del río que baja alegre aun siendo la mitad del
estío.
El polvo mágico de un hada hace imaginar cómo sería la vida hace muchísimos años. Y como la imaginación puede volar muy alto, enseguida me monto una película con sus personajes vestidos de época y todo (quizás lo imaginado no corresponda con la vestimenta, el habla y las costumbres de la época real; pero eso sólo se sabría si algún día esas entelequias salieran a la luz. Y no lo van a hacer).
Algo tan simple como asomarme a una ventana, me hizo imaginar una historia de amor, una amante encerrada y un galán de los que se tildaban en aquella época de "caballeros andantes", que le pedía a la doncella que se asomara al balcón para ver su rostro e irse así a la guerra con nuevos bríos.
Cuando vuelvo a la realidad, sólo tengo una foto hecha en mi retina de un jardín fresco y alguien que desde abajo me dice: ¡Qué!, ¿tomando el fresco?
Y me siento bien por ser capaz de imaginar historias, conversaciones, vestidos, situaciones…, y compartirlas contigo.
A veces hay que pararse a imaginar
@Relatos