De la mano, caminaban en silencio disfrutando del sol en sus caras.
Después de un frío invierno, en el que la distancia les impidió calentarse con sus cuerpos, disfrutaban de cada minuto al calor de la mutua compañía.
Ya hacia años que no necesitaban hablarse para saber lo que se estaban diciendo, aunque a veces el lenguaje que usaban estaba en distintas frecuencias.
Los sonidos que traía consigo la luz llenaban cada uno de los huecos de dos mentes inquietas en busca de la paz: trinos de pájaros alborotados, niños que exploran por primera vez suelos sin charcos, conversaciones al abrigo de la fresca sombra, regalos de vida en forma de aire libre.
Descansando, sentados uno enfrente del otro, se miraron a los ojos sonriendo.
-¡Cómo te quiero! Tradujo él de su mirada.
-¡Qué gustó estar aquí contigo! Interpretó ella leyendo la chispa de debajo de sus pestañas.
La corriente que había entre ellos se notaba. Y lo mejor, es que ellos la disfrutaban.
Conversaciones banales, picantes, profundas, serias, divertidas... y hasta calladas les unían sin remedio con esos lazos de seda de colores que en tiempos pudieran verse por alguno de ellos como nudos de soga de esparto. Porque la libertad no se pierde por estar acompañado.
Y si bien es cierto que la generosidad de la entrega no se mide con la misma escala, porque lo que para unos es darse en cuerpo y alma, para otros es renunciar a tener cosas guardadas, también es cierto que nada hace crecer tanto como la confianza: la confianza, siempre construye. La desconfianza hace grietas incluso en las paredes más sólidas.
Mirándose a la cara, como solo se miran los que tienen limpia el alma, sacaban brillo a sus pensamientos porque lo importante es la manera en la que una persona piensa, no qué es lo que piensa.
Y de vez en cuando, porque es necesario para el equilibrio, los dos recordaban tiempos remotos de luchas calladas: la muerte, la envidia, el odio instalado donde antes creció el amor, el abandono, las cicatrices profundas en el alma, el engaño continuado y disimulado como libertad mal tratada, la atadura de los remordimientos que no hacían más que abrir las heridas cerradas.
Pero también pensaban en el resto del camino que les quedaba: uno para el otro y, por fin, al sol de las tardes más largas, la entega total tan ansiada.
@Escritos
Me encanta. Un abrazo y un beso con los ojos...
ResponderEliminarUnas vidas paralelas, convivencia y cariño. Abrazos
ResponderEliminarHoy, he dejado que el silencio me acompañe y te he visitado, siempre me reconforta.
ResponderEliminarMil gracias por escribir Beatriz.
Un besote