Siente que el océano es muy ancho.
Es un paraíso lleno de peces danzantes de colores, de corales sin nombre, de tritones y sirenas juguetones, de aguas cristalinas en tonos de azul y verde.
Y aunque rema sin descanso, no llega nunca a cruzarlo. Porque pese a que tocar puerto de vez en cuando le da fuerzas para seguir avanzando, las largas travesías en solitario exprimen al máximo la sangre, el sudor y las lágrimas que cuesta surcarlo.
Siempre quiso ser marinero y tuvo por cuna, el mar. Puso todo el empeño en izar las velas que le permitieran navegar al socaire del viento; en enarbolar la bandera de ser amigo del que le acompaña; en asomarse por el ojo de buey en vez de hacerse ver en el puente; en ocuparse de sembrar vientos antes que de recoger tempestades; en enseñar a pescar mejor que regalar peces.
Y aunque siente que el océano es muy ancho, nunca pide que le lleven. Sólo busca la satisfacción de dirigir su barca a buen puerto, mientras se siente querido por los que lleva dentro.
¿Es tan difícil un poco de atención sincera a un humilde grumete?
PD: porque a veces en la vida valoramos muy poco la labor de los más discretos y sin ellos nunca llegaríamos a puerto.