El suelo crujía bajo mis pasos descalzos. Maderas viejas rejuvenecidas con mimo
y adornadas con trajes de gala.
Al fondo, la ventana; ese trozo de luz
sin cable que nos da la vida por la mañana y nos permite vislumbrar estrellas en
el cielo oscuro de la noche clara.
Manzanas que cantan los buenos días,
felinos que juegan al escondite, hortensias coloreadas mojadas de
rocío.
El aire fresco de la alborada nos recarga los pulmones de energías
renovadas; alimentos de la tierra nos llenan la barriga y pensamientos
enardecidos nos conquistan el alma.
A lo lejos, las montañas. Trozos de
líneas a veces picudas, a veces redondeadas. Moles de piedras amontonadas
rellenas de historias en mil ocasiones contadas.
Te encuentras solo en
un mundo inmenso de espacios abiertos. Te sientes pequeño entre la inmensidad de
espacio sin nada de nada. Te aturdes sin contar el tiempo que queda hasta la
próxima parada.
Y a mi lado, tu mirada franca; tu risa escondida
debajo de la almohada; tu olor picante, extrovertido y seductor; tu música cauta
que refleja melodías encantadas; tus manos cálidas que delatan tus ansias de
tenerme atrapada; tu gesto amable de darme el mundo por el que piso; tus
palabras graves de bajos dorados al sol cálido del otoño; tu entrega generosa
a la causa de disfrutar de aquello que, sin grandes alharacas, nos hace ser
felices sin costarnos nada.
¿Qué hice tan mal para que también esto se me escapara?
@Escritos
martes, 18 de septiembre de 2018
domingo, 12 de agosto de 2018
La más bonita Perseida
No era una misión espacial pese a que casi se da de bruces con un astronauta suspendido en la glorieta del Universo. Ni era una misión secreta al estilo de las películas de espías porque muchos sabían que Darabita estaría por ahí, aunque no la vieran. Ni siquiera era una misión imposible pese a que tenía que volar (sin ser vista, por si acaso) por encima de un sinfín de hombres de uniforme con galones y divisas y, según le dijeron algunas hadas más experimentadas, también de polillas.
- ¿Polillas? -Había preguntado Darabita extrañada.
- Sí, polillas, porque hace ya muchos años los jóvenes de aquel colegio se pasaban el tiempo entre madera, vamos, zascandileando entre los árboles que lindaban con el patio del colegio de las niñas –Le respondieron las hadas mayores con risas pícaras.
Pero todo eso era ahora secundario. El instinto de hada y la magia de la varita que llevaba bien escondida, llevó a Darabita rápidamente a la planta primera de un hospital blanco, de líneas rectas y muy luminoso.
Allí se encontró otra vez con el excitante comienzo de una nueva vida que, después de muchos dimes y diretes, sudores y dolores, traería una gran alegría a la cara de sus padres y de todos los que esperaban ansiosos pensando que si se retrasaba más no lo podrían ver hasta pasados muchos días.
Pero este no era un niño cualquiera, claro. Si no Darabita no estaría allí. Con su vuelo silencioso, abriendo las alas al máximo, trataba de darle aire a la madre, calmar los pocos nervios del padre y darle sabiduría al matrón asturiano y demás compañeros que estaban haciendo tan bien su trabajo. Un poquito de polvos mágicos por aquí, otro poquito por allí y, tras un rato que se hizo un poco largo, el llanto del bebé anunció el fin del duro proceso.
A las 17:30 de un 11 de agosto, nació un niño grande y fuerte. Tercero de una generación a la que le habían encomendado proteger, cuidar y mimar.
Darabita ladeó la cara para ver a quién se parecía. Le habían encargado comprobar si había algún rasgo o gesto suyo. Realmente daba igual, porque cada uno es único e irrepetible, pero para el orgulloso abuelo era inevitable querer algún mínimo parecido, además de su nombre.
Darabita, muy seria en su papel de hada, se acerca hasta él y, con un beso en la frente, le regala su don más preciado:
Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.
Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.
Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.
De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.
Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.
Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.
De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.
Tras la excitación del día, en la oscuridad de la noche, mientras contempla la lluvia de Perseidas y el cuerpo se relaja en la vigilia, la alegría hace brincar la imaginación sobre cómo será la vida con un miembro más en la familia.
@Darabita
lunes, 6 de agosto de 2018
Canto
Te di mis horas de sueño
Te di mis oídos enteros
Te di mis risas y mis miradas
Te di toda la ternura que tenía guardada
Te di mi apoyo más fiel en las horas más bajas
Te di mis mejores sentimientos transformados en palabras
Te di mi secreto más oculto que me atenazaba el alma
Te di mis canciones al oído
Te di mis más bonitos sonidos
Te di mi comprensión y mi aliento
Te di mi amistad decidida
Te di mi ilusión por el mañana
Te di mi generosidad
Te di mi despertar sosegado
Te di mi discreción
Te di mi paciencia
Te di mi inteligencia
Te di la tranquilidad de mi inocencia
Te di todo eso que yo tenía y, a cambio, tú me diste la vida.
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