- ¡No sé por qué a los humanos les gusta tanto ponerme nerviosa! ¡Me dicen que tengo que estar preparada y luego me hacen esperar!
Darabita
desempolvó su vestido de los días especiales y limpió con mucho cuidado
sus alitas llenas a rebosar de polvo mágico para estar lista cuando la avisaran.
Y el aviso llega un día especial; un día repleto de margaritas blancas y amarillas y de estrellas bailarinas.
¡Cuatro misiones ya!
Esta
vez era una niña preciosa y mofletuda. Esto aún no lo sabía
nadie más que Darabita, porque todavía estaba refugiada en la barriga de
su cansada mamá.
Cuando se inició el proceso del parto,
mientras todos los que esperaban impacientes en casa pensaban cómo
sería, cómo estaría, cuándo podrían conocerla, qué harían al verla, a quién se parecería... Darabita
puso su atención en lo importante; cuidar de que todo fuera bien y de
estar ahí la primera para darle a Magdalena su magia.
Darabita
revoloteaba despacio sin parar de mover sus alas, dando vueltas para no perderse
nada, dando ánimos y fuerza a la madre y compañía al padre que miraba
alrededor a ver si esta vez la pillaba...pero no; no se dejó ver, aunque
todos sabían que estaba.
A las 12:50 de un 19 de septiembre,
en tiempos de mascarillas, nació una niña muy grande; la cuarta de una
generación a la que le habían encomendado proteger, cuidar y mimar.
Nada
más salir la cabecita, antes siquiera de que saliera el cuerpecito,
Darabita, muy seria en su papel de hada, se acercó hasta ella y, con un
beso en la frente, le regaló su don más preciado:
Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.
Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.
Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.
De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.
Con
este don, Magdalena encontrará la magia en cada uno de los detalles a
su alrededor: cuando observe el cielo, contemple la luna, escuche a los
pájaros, disfrute del aroma de las flores, cuente las estrellas, se deje
mojar por el mar y, sobre todo, cuando sueñe despierta mirando las
nubes sobre su cabeza, en las que Darabita estará todas las noches
escondida.
El inicio de una vida es siempre un misterio;
fragilidad y fuerza; dolor y alegría; ternura y amor a raudales. Y
ahora, ante la incertidumbre de qué pasará con nosotros mañana, es un
soplo de aire fresco que nos recuerda que la vida es para vivirla.
.