Desde lo más profundo de mi pensamiento saltan y brincan -al ritmo de una música no demasiado movida- retazos de historias vividas. Con un simple gesto, el resorte de mi cabeza recupera esas vivencias dormidas.
Y no es que viva de recuerdos, porque el presente lo tengo bien cogido de la mano. Es que he entrenado a mi mente para que todo aquello que me hizo sentir, quede como fue en ese momento y solo pensarlo, me reviva la experiencia aletargada.
Observo, pienso, retomo, valoro.
Disfruto con las cosas inanimadas que saben hablar conmigo: las que me hacen apreciar la belleza de que existan,
las que me transmiten todo lo que sintió el que las hizo,
en las que leo el esfuerzo por sacar algo de lo más íntimo,
las que procuran belleza como único objetivo.
Gozo de los seres que viven y no hablan un lenguaje inteligible:
las plantas que me enseñan que vivir es sencillo,
las aves que volando me describen un camino,
los animales que se comportan como verdaderos amigos,
el bosque entero que me habla de historias de cientos de años en cada uno de sus recónditos rincones.
Me gusta y me apasiona disfrutar de cada uno de los que se cruzan en mi camino:
los que ni siquiera me miran pero forman parte del paisaje en el que yo vivo,
los que sin haberlos visto nunca forman parte de mí porque así lo he decidido,
los que están lejos pero viven conmigo,
los que me piensan cuando no les veo y descubren la magia de sentir conmigo.
Todo lo que recibo, todo lo que me dan, lo recibo y lo almaceno con etiquetas de colores. Porque nunca se sabe cuándo necesitaré echar mano de las experiencias que me dicen que VIVIR es lo más bonito.
Y cuando te veo mirarme con esos ojos y me dices: ¿ya estás soñando?, sonrío.
Porque sé que sabes que lo que hago es airear un rato todo aquello que me hizo y me hace disfrutar, y que traigo para mi goce y para compartirlo contigo.
Gracias por existir.
@Escritos