viernes, 20 de diciembre de 2013

Final de otoño

Las noches se engalanan con reflejos de tus pestañas.
Imágenes que pasean de un lado a otro de la estancia, como si fueran fantasmas que están de fiesta.
Mi mente recrea vivencias que salen de debajo de tu almohada.
Mi cuerpo sufre corrientes que me transportan veloz hasta tus brazos.
Somos un mismo camino plagado de desvíos y atajos.

Y cuando te observo callada, con esa mirada mía que escruta sin querer entrometerse, te veo como un sarcófago enigmático;cerrado a cal y canto, a prueba de las más fuertes inclemencias del tiempo, reflejando su forma y su belleza por fuera y guardando con total sigilo todo lo que lleva dentro.


 
Tus palabras me traspasan, tu pensamiento es mi rompecabezas, tus deseos me involucran, tu vivir me apasiona. E inevitablemente, una y otra vez, mi corazón siente...y se enternece.


Me gusta ver tu ventana adornada con jardineras.
Pensarte riendo tras las cortinas del salón cuando entro desde la calle.
Hacerte el café por la noche cuando tu sofá te espera impaciente.
Hacer diana una y otra vez cuando he cambiado la punta de los dardos por rayos de amor insoronizados.
Calmar tu tensión con mis manos empapadas en aceite e incienso.
Comerme tu aliento a besos y sentir tus manos fuertes.
Sentirte protegiéndome del frío, llenándome de caricias.
Amarte como sólo sabe amar un corazón ardiente pero equilibrado.
Buscar el final del otoño en tu abrazo perenne.


Vivo con la certeza de saber que eres mi viento en otoño, mi agua en invierno, mi luz en primavera y mi ardor en verano.







@Escritos


 

jueves, 12 de diciembre de 2013

El nombre del mar

La mar tiene días calmados como un plato en el que se refleja la luz del sol a pequeños destellos. Al mirarlo sientes una placidez indescriptible, porque te relaja el ánimo ver que algo con tanta fuerza potencial es capaz de estar sosegado sin parecer yermo.

Tiene días revueltos que semejan un campo de batalla de soldados inexistentes: fuerzas que chocan queriendo dejar su impronta, lanzando ensordecedores bramidos, provocando espuma de pasión descontrolada y lanzando hacia fuera trozos de su alma en forma de gotas de agua.

Y tiene días (los más, todo hay que decirlo) en los que alterna una paz moderada con una fuerza contenida; sin extremos. Miras desde tierra y te hipnotiza descubrir cada movimiento que surge en la superficie pero que viene del mismo fondo.

Observas los encuentros de masas fluidas, sus luchas y su manera de acabar acopladas para formar una unidad indivisible.

Hueles su aroma salado y fuerte que te implora un acercamiento hasta su interior donde tu gozo explota.

Escuchas su canto con una melodía de fondo siempre igual (su compás), pero que va variando según tú vayas interpretando las notas de una partitura invisible.

Sientes su fuerza traspasando tu intimidad aun sin quererlo. Porque no eliges que la mar te imbuya su pasión, su fuerza, su fragancia y su espíritu, pero si estás cerca de él, lo hace. Suavemente te acaricia y te arropa haciéndote saber que siempre que quieras, estará en su escenario para ti.


Disfrutas de su vista, su olor, su paz y su pasión.

 




¿Y si te dijera que el mar, ese mar del que te hablo, tiene nombre de mujer?








@Escritos

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Magia


Érase que se era un castillo mágico situado en la cima de una montaña. Tenía una posición privilegiada y decían que desde allí, en tiempos, se defendía todo el territorio perteneciente al ducado de Torrecilla de las Fuentes Frescas.

La magia le venía por ser un castillo inexpugnable. Sin puertas, ni rejas en la entrada, parecía fácil de traspasar, pero alguna fuerza invisible hacía que el que quisiera pasar no pudiera hacerlo, ya que aunque nada material impedía el paso, todo el que lo intentaba decidía en el último momento no entrar.


Y esa magia, aunque venía de antiguo, se había acentuado a lo largo de los últimos tiempos.

La tradición decía que quien alguna vez a lo largo de la historia había entrado en el castillo, lo había hecho con algún objeto mágico. No siempre era el mismo, porque dependía de quién lo utilizara, pero eso sí, siempre estaba hechizado.


Por ejemplo, si era una pluma, como era mágica, podía hacerte volar. Si era pintura, como era mágica, podía hacerte ser invisible. Pero podía ser también una armadura, un cetro, una varita, una poción...


Como era tan difícil entrar, nadie sabía muy bien qué había dentro, pero todos soñaban con encontrar grandes riquezas. A lo mejor no materiales pero sí de esas que te hacen sentir bien y que justificaran el hecho de que sólo podía entrar quien lo intentara con su magia.

Yo busqué y busqué el castillo porque sabía que con mi mágico anillo quitamiedos seguro que podría entrar en él. Pero no lo encontraba. Por más que me decían: ¡¡encima de la tercera loma!! ¡¡debajo del bosque de abedules!! ¡¡pasado el riachuelo de la montaña!!...NADA.

Y de pronto, un día cualquiera, dando un paseo, me di de bruces con él. Un castillo impresionante, regio, de una vista cautivadora, escondido entre los árboles y rodeado por fosos profundos que daban al conjunto un aspecto encantador y que susurraba su historia aunque no quisieras escuchar.

Efectivamente, mi anillo mágico quitamiedos me permitió la entrada y viví unos momentos de confusión a la vez que de dicha, al encontrarme en un ambiente que me hacía percibir mucho más de lo que pueden ver los ojos.

Entendí muchas cosas hasta el momento para mí inaccesibles. Vislumbré muchos sentimientos ajenos enterrados y escondidos; comprendí mil detalles hasta ahora clandestinos. Y encontré la manera de perder el miedo a abrirse a lo desconocido; a cambiar de vida y beberla a sorbitos a la luz de un cálido fuego; a empezar de nuevo de cero con la ilusión intacta; a soltar amarras, sin disfrazar mi miedo de amor por lo mío; a tener esperanzas de un mañana a tu lado.

Quizás esta historia que relato como mía, pueda ser el cuento de muchos que la leen. Porque los castillos inexpugnables siempre se pueden traspasar si somos capaces de encontrar la magia que nos ayude.



¿Cuál es tu magia?








@Escritos