domingo, 20 de septiembre de 2020

Cuarta misión de Darabita

 


 

- ¡No sé por qué a los humanos les gusta tanto ponerme nerviosa! ¡Me dicen que tengo que estar preparada y luego me hacen esperar!

Darabita desempolvó su vestido de los días especiales y limpió con mucho cuidado sus alitas llenas a rebosar de polvo mágico para estar lista cuando la avisaran.

Y el aviso llega un día especial; un día repleto de margaritas blancas y amarillas y de estrellas bailarinas.

¡Cuatro misiones ya!

Esta vez era una niña preciosa y mofletuda. Esto aún no lo sabía nadie más que Darabita, porque todavía estaba refugiada en la barriga de su cansada mamá.

Cuando se inició el proceso del parto, mientras todos los que esperaban impacientes en casa pensaban cómo sería, cómo estaría, cuándo podrían conocerla, qué harían al verla, a quién se parecería... Darabita puso su atención en lo importante; cuidar de que todo fuera bien y de estar ahí la primera para darle a Magdalena su magia.

Darabita revoloteaba despacio sin parar de mover sus alas, dando vueltas para no perderse nada, dando ánimos y fuerza a la madre y compañía al padre que miraba alrededor a ver si esta vez la pillaba...pero no; no se dejó ver, aunque todos sabían que estaba.


A las 12:50 de un 19 de septiembre, en tiempos de mascarillas, nació una niña muy grande; la cuarta de una generación a la que le habían  encomendado proteger, cuidar y mimar.


Nada más salir la cabecita, antes siquiera de que saliera el cuerpecito, Darabita, muy seria en su papel de hada, se acercó hasta ella y, con un beso en la frente, le regaló su don más preciado:


        Sería capaz de reír y soñar un mundo de estrellas, de hadas, de duendes, un mundo feliz.

                              Un mundo de besos, de amores, de sonrisas de colores.

                     Un mundo de juegos, de letras, de mares con ballenas y castillos de arena.

                     De arrullos, de dulces, de labios de fresa, de hechizo en forma de piruleta.

Con este don, Magdalena encontrará la magia en cada uno de los detalles a su alrededor: cuando observe el cielo, contemple la luna, escuche a los pájaros, disfrute del aroma de las flores, cuente las estrellas, se deje mojar por el mar y, sobre todo, cuando sueñe despierta mirando las nubes sobre su cabeza, en las que Darabita estará todas las noches escondida.



El inicio de una vida es siempre un misterio; fragilidad y fuerza; dolor y alegría; ternura y amor a raudales. Y ahora, ante la incertidumbre de qué pasará con nosotros mañana, es un soplo de aire fresco que nos recuerda que la vida es para vivirla.
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